El
rock de la apertura democrática, el de bandas como Estómagos, Traidores
y Tontos, fue un asalto parricida que buscó su
identidad
en la
emergente movida española posfranquista y en la revuelta punk del '77.
Pese a ser catalogado de "foráneo" e imitativo de modelos extranjeros,
contribuyó al despegue de un
género que en las últimas dos décadas -con sus fusiones y mezclas- se
confirmó como uno de los más ricos y populares de la historia musical
rioplatense. ¿De dónde salieron aquellos muchachos del '85, a contramano del
entonces hegemónico Canto Popular?
"La
puerta cerrada de mi cuarto/ a mi alrededor la oscuridad/ sin saber por qué
estoy gritando/
tengo muchas ganas de gritar".
'Gritar' (Los Estómagos), del disco
Tango que me hiciste mal.
Los duros años '70 se encargaron
de abortar abruptamente los tiempos locos del
rock uruguayo, aquellos sixties sacudidos por una legión de bandas y
artistas inolvidables. Desde Mockers y Shakers hasta Dino y Mateo. Desde
Delfines y El Kinto hasta Totem y Psiglo. Además
del corte que literalmente acabó con un rock urbano en el que coexistieron
formulismos epigonales y originales crossover con la milonga, el
candombe y la bossa nova, debieron exiliarse las principales figuras de
un folclorismo que daba señales de importantes renovaciones estilísticas:
Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti y Los Olimareños, entre otros.
¿Qué sucedía intramuros? La llamada generación intermedia, o del '77,
derivaba en obras de un fuerte condimento ideológico, tanto en lo artístico
como en lo conceptual.
Los cancioneros de la resistencia, salvo excepciones en los casos
paradigmáticos de Darnauchans, Cabrera y Galemire, optaron por un explícito
latinoamericanismo, en ocasiones en evidente contraposición a la cultura
rock. El enemigo era la dictadura, pero también la guitarra eléctrica.
Ejemplo de este estado de cosas fue el debate público que propició Jorge
Bonaldi (ex integrante de Los que
iban cantando, grupo paradigmático del '77),
con sus diatribas sobre las cualidades "imperialista" y "foránea" del rock,
por lo que no deben olvidarse ciertas anécdotas que ejemplifican esta otra
censura, por cierto no oficial: la de cantautores de base rockera como el
Darno, por ejemplo, quien debió esperar a la apertura democrática y al
cambio generacional para ponerle electricidad a su banda.
Merece destacarse, entre la generación del '77, el aporte beat del grupo
Baldío, que luego sería continuado y desarrollado en la notable carrera
solista de Fernando Cabrera. Baldío, al igual que Leo Maslíah y en
menor medida el grupo Rumbo, se resistió al discurso ideológico
musical de la época y no participó orgánicamente del Canto Popular.
Continuando esta línea aparecen, ya en los primeros '80, los grupos Los
Tontos y Cuarteto de Nos, quienes fueron parte -sin proponérselo-
del rock parricida de la posdictadura.
Generación ausente y solitaria
"La música está enferma/ nosotros también", fue uno de los gritos de
guerra de Los Estómagos, desde sus primeros shows en 1983. Debajo de
la superficie punk de la sentencia, asomaba la orfandad, la constatación de
un parricidio tan solitario como eficaz. Y, sobre todo, la vivencia
traumática y a contramano de un periodo que los mayores insistían en
catalogar de "primavera democrática".
El mismo signo generacional aparece una y otra vez entre las nuevas bandas,
las que además de compartir notorias limitaciones artísticas y técnicas
consiguieron rápidamente un alto nivel de convocatoria e identificación
entre los
adolescentes y jóvenes montevideanos de clase media. "Tango que me
hiciste mal", autodiagnosticaban Los Estómagos, y al apropiarse
de la prosa desencantada y nihilista del
clásico tanguera Cambalache negaban la existencia de herencias
musicales más cercanas.
"Montevideo
agoniza/ y ya nadie la podrá salvar/ nunca más", maldecían Los
Traidores. En un plano más privado, y apelando al humor, Los Tontos
creaban personajes como 'El geronticida' ("El asesino de viejas/ las espera agazapado")
o aludían a la reciente
guerra
en la masacre absurda de Himno de los conductores imprudentes.
Mientras tanto, la revista alternativa GAS definía a la nueva
generación como "ausente y solitaria", y sus editores dufundían la literatura
de Charles Bukowski, desencantados de los amaneceres sesentistas que
reproducían los grupos juveniles de la
izquierda tradicional. Un himno de esa época, firmado por Neoh 23,
describía fielmente a la nueva sensibilidad: "Estamos mal/ estamos mal/
estoy aburrido".
En una noche de diciembre de 1985, días antes de la edición del disco
Graffiti -que propiciaría el lanzamiento de la nueva ola y su posterior
bautismo popular en el Teatro de Verano-, el grupo Los Traidores se
presentaba en un escenario muy singular: un tablado en la
Explanada Municipal montado en el marco de una
feria artesanal. Unos treinta punks esperaban que después de algunos
covers de Bob Marley y The Clash, la banda interpretara un par de
canciones que circulaban subterráneamente: Buenos días, Presidente y
Montevideo agoniza, esta última una negrísima versión del Himno
Nacional. Cuando finalmente lo hicieron, el precario sonido fue tapado por
un grupo de treintañeros, gritando desafiantes, por encima de los lamentos
de Juan Casanova, los versos de un éxito de Silvio Rodríguez. El batero dejó
de tocar, se bajó del escenario, y las provocaciones encontradas terminaron
en una absurda pelea callejera con botellas rotas y corridas.
Hubo otros episodios, pero tal vez ese sea el que mejor describa las
diferentes sensibilidades que se explicitaban a través de los discursos
musicales. Otro momento clave, dos años antes, tuvo un gran impacto y no
debe dejar de ser mencionado: el insólito debut
en televisión de Los Estómagos, berreando el humor siniestro de
La barométrica en el programa Telecataplum. A la mañana
siguiente, decenas de miles de
montevideanos explicitaban comentarios ofensivos sobre el cuarteto
rockero en sus charlas de oficina y de almacén. Los peinados raros, casi al
rape, provocaron entonces innumerables confusiones sobre si eran
militares o cuál cosa.
¿Cómo se explicaba la explosión rockera? ¿De dónde habían salido? ¿Cuáles
eran sus referentes? ¿Cuál su identidad, cuando la mayoría de quienes se
colgaban la guitarra y le daban a los parches iban a la escuela durante la
dictadura? ¿De qué manera esa generación marcaría a las siguientes,
definiendo una forma de rock uruguayo, singular en su estética y
absolutamente diferenciada tanto del rock
anterior como de expresiones contemporáneas desarrolladas en
Argentina?
Señales del
exilio
Dos jóvenes uruguayos cambiaron, desde diferentes lugares y peripecias, el
escenario de la música popular uruguaya de los '80. El músico Jaime Roos y
el productor musical Alfonso Carbone. Ambos tienen en común el haber
recorrido Europa, para constituirse a su regreso en generadores de nuevos
modelos de gestión cultural, además de influir directamente en la banda de
sonido de la primavera democrática.
Alfonso Carbone, desde el sello Orfeo de la casa Palacio de la
Música, fue uno de los protagonistas claves del rock posdictadura. Un
extenso viaje europeo y el haber vivenciado en Londres la explosión punk, le
permitió entender y desarrollar comercialmente la movida emergente y
subterránea desde sus inicios en 1983. Productor artístico de los discos
emblemáticos (Tango que me hiciste
mal, de Estómagos, el compilado Graffiti y Montevideo agoniza,
de Traidores), su papel
de dinamizador de la movida se extiende a su calidad de difusor de la escena
punk y pospunk, principalmente británica y española, desde el programa
radial Concierto al sol y las exitosas temporadas en televisión al
frente de Videoclips y Alternativa. Esa cualidad de
comunicador, le permitió a Carbone influir en el gusto de las nuevas
generaciones y a su vez modelar la propia estética de las bandas que
surgían.
Jaime Roos, en su caso, renovó el modelo de canción urbana y logró
sintetizar el camino abierto por Mateo y Dino. Autodefinido como "tuquero",
en contraposición a la mayoría de la generación del '77, formuló un puente
con el rock predictadura y mixturó en su cancionero el pop beatle con la
milonga, el candombe y la murga, de una manera más callejera que los
planteos de colegas como Lazaroff, Ubal y Olivera. La peripecia de Roos, en
paralelo a la del rock adolescente posdictadura, guarda puntos en común con
esta movida en el hecho de la tolerancia mutua, la ruptura con las
generaciones anteriores y un público en común hasta la consagración masiva
de un
artista que en definitiva desbancó y fue el necesario recambio del
entonces hegemónico Canto Popular.
Otro "tuquero", que integrara el equipo de Roos en esos años y luego
liderara una de las bandas más exitosas, fue quien formalmente reelaboró con
mayor intensidad los puentes entre las dos etapas del rock uruguayo. La
figura de Jorge Nasser, quien residió varios años en Buenos Aires
incursionando incluso en el periodismo rockero desde la revista Expreso
Imaginario, cobró mayor destaque con la formación de Níquel. Sin
embargo, y al igual que Roos, el periodo más entusiasta de Darnauchans y la
definición rocanrol del arrabal de La Tabaré, no comparte la misma
sensibilidad que la movida de Estómagos y Traidores. Con más diálogos
musicales hacia el pasado, influencias del blues y la milonga, Níquel
publicó en 1991 un disco emblemático titulado De memoria, un
recorrido que sella el nexo entre las truncadas generaciones rockeras.
Pero tal vez el mayor intercambio y permeabilidad en el gusto musical de
artistas y público se generó subterráneamente, coincidiendo con el regreso
del exilio de centenares de adolescentes cuyas familias habían encontrado
refugio político en España y México. La circulación de grabaciones piratas
de Loquillo, Siniestro Total, Ilegales, Gabinete
Caligari, La Polla Records, Eskorbuto, Toreros Muertos
y otras bandas españolas se multiplicaron en
Montevideo, compartiendo difusión tribal con fanzines como GAS y
Suicidio Colectivo, además del incipiente auge de disquerías
importadas que promovieron la circulación en
Montevideo de discos de Sex Pistols, The Cure, The
Damned, The Clash, Joy Division, The Smiths,
Depeche Mode y Duran Duran, los
artistas fundamentales del rock británico de los '80.
Aires españoles
El rock de la apertura, forjado desde las cuevas por bandas autodefinidas
punks, se gestó en un singular proceso de transculturación. El cóctel de
humor siniestro, de nihilismo, de un punk cruzado con aires
góticos, sólo pudo ser posible por la influencia de figuras como Alfonso
Carbone desde sus audiciones radiales y por la identificación de los
adolescentes uruguayos hacia los principales grupos de la escena rockera
española y en segundo término británica.
Pocos factores locales influyen notoriamente en la obra de Estómagos,
Traidores, Tontos, Cadáveres Ilustres y Guerrilla
Urbana, entre otros, en un medio en el que languidecían los últimos
estertores de la
música
disco y apenas unos pocos estaban conectados con lo que sucedía fuera de
fronteras, más allá de la denominada música comercial y un rock argentino
pos Malvinas que apenas si fue un disparador energético. Porque sólo en
algunas excepciones se tomaron sus modelos y fueron precisamente paradigmas
de grandes fracasos de la época: desde el proyecto pop de Polyester
hasta relecturas de Soda Stéreo como lo fue Séptimo Velo. Esta
situación de continuos fracasos de amaneramientos porteños se sucedieron en
los años siguientes, hasta finales de
los '90, con ejemplos fallidos como los de La Rosa Mosqueta,
El Testaferro o Juan el que canta.
Todas, absolutamente todas las bandas de la época que conectaron
inmediatamente con el público, despreciaban por igual al Canto Popular y lo
argentino. El enganche inmediato sucedía con un rock español que a la
distancia mantenía un paralelismo singular con la
sensibilidad montevideana. El destape español, a grandes rasgos, del que
emerge principalmente la generación de rockeros que los hijos de exiliados
trajeron en sus valijas a
Montevideo, obedecía a la explosión artística inmediata a la
muerte del
dictador Francisco Franco, pero también a ciertos ajustes de cuentas
juveniles y parricidas hacia los modelos identitarios españoles, incluyendo
al rock ibérico inmediatamente anterior, desde Miguel Ríos y Tequila
a Barón Rojo. En esencia, una situación generacional evidentemente
especular con la uruguaya, pasada por los "raros peinados nuevos" y
el aire liberador que contagió Londres desde el fermental movimiento punk
del '7'7.
En cuanto al ingrediente británico, también presente en este rock uruguayo,
ingresó de manera directa pero también pasado por la
lectura española. A modo de ejemplo, el punk a la uruguaya fue reflejo
de Clash y Pistols, pero con referencias más directas hacia
Siniestro, Ilegales e incluso La Polla Records.
Seguramente donde el ingrediente español se hace más evidente es en el
plano lírico, evidenciado de modo pintoresco en el uso del término
"habitación" en vez de "cuarto", por ejemplo, y que diera impulso a un decir
directo, a veces introvertido pero siempre individualista en los grupos más
serios (Estómagos y Traidores)
y a un humor negro muy consistente (Tontos
y Cuarteto de Nos, aunque estos últimos sea más exacto definirlos
como un ejemplo singular de rock culto, universitario, posmasliahno, no
asimilable a ninguna de las dos grandes tendencias, ni la del '85 ni la de
los cantautores del '77).
En todos estos ejemplos, debe
señalarse un afán de originalidad que abrió caminos propios en
reelaboraciones de diferentes interés artístico, a diferencia de
experiencias decididamente epigonales en grupos contemporáneos que revelaban
una neta influencia brit y no española: Zero tuvo su modelo en Depeche
Mode, Zona Prohibida en The Cure, Putticlub en
Madness.
Tres grupos que surgieron algunos años después del '85, definibles como "hermanos
menores", llevaron la referencia española al extremo, en algunos casos
muy cerca de la caricatura. Cadáveres Ilustres refleja el rock
callejero del catalán Loquillo, Trotsky Vengarán equilibra el
efecto La Polla con un toque ramone que luego profundizarían, y la
primera etapa de The Supersonicos fue una
imagen clónica -y por cierto muy divertida- de los viguenses de
Siniestro Total.
Cruzando los '90
Pese a situarse el fin de la movida con la disolución de Los Estómagos
en 1989 y el posterior cierre del sello Orfeo, la herencia
española/británica persiste a lo largo de los años '90 y hasta nuestros
días, consolidando un
estilo de rock uruguayo que consolida una fuerte
identidad, diferenciada totalmente de la cercana escena argentina.
Visualizar esa línea que va de los primeros Estómagos y Guerrilla
Urbana, hasta la popularidad ganada por Buitres, Trotsky
Vengarán, pese a la innegable raíz ramone de ambas, permite entender esa
influencia y apreciarla ya como una marca que identifica al rock uruguayo.
En cuanto al humor siniestro se ha perdido un poco el rastro, aunque nuevos
artistas como Max Capote y Dani Umpi -no debería sorprender- retoman el aire
naïf que distingió a la movida, y sobre todo por la influencia de artistas
como Alaska.
Pero el mayor heredero de esta línea posdictadura es precisamente el grupo
que ha alcanzado mayor popularidad en los últimos años: La Vela Puerca.
La línea de referencias va desde Ilegales a Kortatu, también a
los legendarios Traidores, manejando una síntesis que incluye entre
sus aciertos el haber llevado al rock de banda el manejo letrístico urbano
de Jaime Roos.
¿Y lo mexicano? Esta influencia, mencionada líneas arriba en cuanto al
desexilio, cobraría importancia a mediados de los '90, con la aparición de
dos de las bandas más importantes de la década: Peyote Asesino y
Plátano Macho. No se trata de una referencia simplemente musical, ya que
México en los '70 y primeros '80 no tuvo una escena de relevancia como la
española, pero sí en cuanto a la cercanía con
Estados Unidos. Entre otros, los hermanos Casacuberta y Juan
Campodónico, quienes vivieron su infancia en el DF, integraron estas dos
bandas que representaron el imaginario hiphop en una sincronía exacta con el
surgimiento de bandas como Molotov y Plastilina Mosh en
tierras mexicanas y el ascenso a la popularidad de los Red Hot Chili
Peppers en California.
Si hay algo que interesa y puede distinguirse en este juego de
permeabilidades que se dio en distintas épocas del rock made in Uruguay, son precisamente los momentos en que una sensibilidad
periférica (por cierto, catalogable de
provinciana) se acercó a
momentos importantes y fermentales de la cultura rock global: en 1964 con el
flequillo de Shakers y Mockers; en el 1968 por la mixtura de un pre rock
latino de El Kinto; en 1984 en el nihilismo pospunk de Estómagos
y Traidores; y finalmente en 1995 a través de sueño hiphopero de
Peyote y Plátano.
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